martes, 12 de julio de 2016

VIBRANTE MIRÓBRIGA Ciudad Rodrigo

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Así de sencillo, así de hermoso, por su calidad, por sus 
dimensiones, es el título del último libro diseñado por 
Santos Vicente. De profesión fotógrafo bien conocido 
a orillas del río Águeda, dada su predilección por 
los espacios naturales con que suele ilustrar sus 
obras gráficas, nos muestra en su última obra una 
recopilación de imágenes dedicadas a la monumentalidad 
mirobrigense.

Para la portada el autor ha escogido una panorámica 
espectacular, que rima con monumental, como de hecho 
es en realidad: el Águeda a su paso ante las murallas de 
la ciudad que es dos veces ciudad. El libro tiene una 
dimensiones de 32 x 28 cm con lo cual se entiende su 
contenido panorámico. Son cien páginas de curioso 
diseño, pues al abrir cada una de éstas el lector se 
encuentra con una foto escogida y a su izquierda un texto, 
donde he tenido el honor de colaborar.











Evidentemente todo ha sido posible porque las fotos de
Santos Vicente son así de inspiradoras. Entiendo que 
el buen autor ha de transmitir algo con sus trabajos, y desde
la imagen más todavía. Conozco a Santos de hace muchos
años, sabiendo que siempre va con alguna idea en la mente
y nunca  las manos ociosas; en cualquier momento puede
surgir ante él un rayo de luz, un amanecer, un atardecer, 
que ofrezca al autor esos instantes, unos segundos, 
que se han de captar de inmediato o perderlos para siempre.

Así nos ofrece una selección bien buena del Ciudad Rodrigo
que, por imposible que parezca, podemos entenderlo habitual
pues están ahí siempre, pero no desde tan particular visión digital.
Y ahí pienso yo está la riqueza de este artista: Ciudad Rodrigo en
su horizonte, el de Santos, cuando viene el sol por la Sierra o
cuando se va camino de Portugal; monumentos eclesiásticos, 
palaciegos, militares, municipales, particulares… pues todo en la
realidad y en sus fotos tan bien hechas tiene un punto original
de resaltada monumentalidad.











De hecho suele ocurrir, y a mí de los primeros, que estando 
como estamos habituados a convivir entre tanta obra de arte 
civil, ofrecida en público, donde por fortuna la conservación 
pública o privada intenta mantener en pie una gloria de tiempos 
pasados, no solemos detenernos ante tales maravillas por estar 
precisamente ahí. Las tenemos tan a mano, todos los días, que ni 
nos volvemos a mirarlas o ejercer algún tipo de pensamiento y 
comentar para nuestros adentros. Al menos Santos tiene la 
intuición de que algún día no estaremos aquí, porque así es de 
débil nuestra naturaleza, pero por lo menos él dejará su particular 
visión de las cosas, de los monumentos que tantas veces ha visto, 
donde siempre les encuentra un punto en su mirada tan particular.

El libro contiene, entre sus primeras páginas, una breve biografía  
de Santos Vicente y de este comentarista que les escribe. Luego, 
según vamos pasando las hojas, se nos abre ante nuestros ojos un 
desfile de paisajes que el autor ha captado para siempre. Además 
de la calidad de sus fotos, está el lujo del papel o cartulina elegida, 
fuerte, consistente, para dar más realce -si cabe- a cada una de sus fotos.











Las fotos publicadas junto al oportuno comentario, prosa tal vez, líneas 
que rozan una poesía informal, sin ritmo ni métrica, son en total 32 fotos. 
Más las publicadas sin comentario, 17 panorámicas que hablan por sí 
solas. Y teniendo en cuenta la original portada, son 40 fotos muy buenas. 
Además conviene considerar que se ha realizado una edición muy 
limitada, con posibilidades de ampliar si hubiera demanda, pero por 
las proporciones y la calidad con que el autor ha presentado este nuevo 
trabajo se entiende un precio elevado, propio de coleccionistas privados. 
El total de las 100 páginas, entre comentarios y las imágenes captadas 
por Santos Vicente, se entienden como una obra fuera de catálogo. 
Es decir, puede considerarse como una obra no venal, que no se 
vende. Pero no será porque su autor no quiera, pues como profesional 
le puede resultar incluso interesante, más desde el punto artístico que 
desde el crematístico. No todo se trata de economía, y menos en los tiempos 
actuales que estamos viviendo. Tal vez si esta particular edición saltara 
fuera de los contornos del campo charro, se pudiera captar cierto interés 
por nuestros propios monumentos.


 














Nos falta un cierto punto de castellanía, desde el cual apoyar 
todo el movimiento que pudiera surgir para difundir y apreciar mucho 
más los nuestro, lo propio, lo autóctono de este viejo rincón rayano. 
Ciudad Rodrigo es desde siempre una fuente inspiradora de 
recursos artísticos; sus calle históricas han servido de naturales 
decorados para el rodaje de películas, sus plaza y rúas se convierten 
en verano en escenarios abiertos para dar rienda suelta a la 
teatralidad de jóvenes o maduros autores que buscan consolidarse 
en el arte de Talía. Concursos de pintura, de fotografía, competiciones 
deportivas, ecuestres, ferias ganaderas y tantas cooperaciones más 
que abundan en promocionar el comercio, la agricultura…

Pero luego, llegan los días más largos y veo a la vieja Miróbriga sola, 
muy sola, como mujer amada en sus buenos tiempos, pero hoy 
desasistida. Es entonces cuando conviene volver a abrir las páginas 
de VIBRANTE MIRÓBRIGA, recién creado por Santos Vicente, y 
consolarnos porque ha sabido conjugar su oficio de fotógrafo y 
notario monumental.

Como parte interesada, no lo disimulo, porque no puedo ser 
imparcial dada la amistad de años que venimos manteniendo, 
mi felicitación y enhorabuena. 
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